Llegamos a Telluride el jueves anocheciendo. Richard, Valerie y Alexa nos esperaban con una rica cena. Hacía frío afuera pero en la casa estábamos calentitos. Nos prepararon dos cuartos. Los chicos dormirían abajo y nosotros en el cuarto de Jackelin, que estaba estudiando en New Orleans. Iba a ser raro dormir tan separados después de 10 meses durmiendo prácticamente juntos. La primera noche no durmieron casi nada. En su habitación había una máquina escaladora para hacer gimnasia, que cuando se apagaban las luces se transformaba en alien. La segunda noche dejaron prendida la luz del baño y anduvieron un poco mejor. Y la tercera, ya se acostumbraron.
Telluride es un pueblito pequeño en medio de inmensas montañas. Estos gigantes inmóviles están presentes en los 360 grados del horizonte. Es otoño aquí, pero llegamos tarde, los amarillos ya cayeron y ahora sólo quedan los desnudos troncos de los árboles mezclados con el verde oscuro de los pinos perennes. Nació como un pueblo minero, pero ya nada queda de ello, sólo una mina abandonada y pequeñas cabañas abandonadas hace ya muchos años, donde vivían los mineros.
Como buen anfitrión y conocedor del lugar, Richard nos mantuvo entretenidos todos los días. Caminamos por senderos hasta una bonita cascada a punto de congelarse.
Comimos un picnic a la vera de un arroyo, escuchando el murmurar del agua al pasar entre las piedras.
Recorrimos muchos kilómetros por caminos de montaña por los que él anda generalmente en moto.
Visitamos el Parque Nacional Mesa Verde, donde hay edificaciones construidas por los Pueblos Ancestrales hace más de 800 años, en perfectas condiciones.
Fuimos al museo de autos antiguos de Gateway, unos 200 km al norte. Nunca vi autos tan brillantes, ni en tan buen estado.
Pero más allá del museo, que es un deleite para los conocedores, el último tramo de la ruta es un espectáculo en sí mismo. Es como viajar por dentro del cañón del Colorado, grandes paredes a ambos costados.
Telluride fue uno de los lugares más lindos del viaje. Nos recordó mucho a nuestro sur argentino, puras postales por donde se mire. La estábamos pasando genial, en ese lugar tan bonito y rodeados de nuestra familia, qué más se puede pedir? Pero el frío ya se empezaba a sentir y si queríamos seguir al norte no podíamos quedarnos mucho más tiempo allí. Así que, con tristeza, el jueves a la tarde nos despedimos a esta linda familia y de Rider, su hermoso perro que de tan lindo y holgazán, parece de peluche, y partimos rumbo al Parque Nacional Yellowstone, unos 1000 km al norte.